Bitácora de la desconexión - III
Tercera semana sin redes sociales. Sigo viva pero ¿a qué costo?.
El primer día de febrero desinstalé la aplicación de Instagram de mi celular. Meses antes había desinstalado la de Twitter, la intención era dejar de usarlo con frecuencia, y aunque bajé un poco el consumo, la verdad es que seguía entrando a esa red desde el explorador web.
Decidí usar el termino “consumo” en el párrafo anterior con intención, hace rato que mi relación las redes sociales es adictiva y problemática. Lo sé yo aunque no lo sospeche nadie más.
El experimento es relativamente sencillo: desinstalar las apps y no entrar tampoco desde el explorador web, ni a Twitter ni a Instagram. La única excepción es el trabajo, algunas de mis responsabilidades pueden implicar que “mire” un video o una publicación de algún cliente, pero para eso tengo una cuenta diferente que uso desde mi perfil profesional.
Como además de adicta soy escritora, empezó entonces mi detox digital y la correspondiente bitácora para registrar el experimento. Bienvenides.
29 días sin redes sociales: Una bitácora de la desconexión.
Acá está la primera parte. Y acá la segunda.
Día 17.
Es sábado, es la tercera cita con el chico nuevo (es la última, pero yo todavía no lo sé), recién pasamos un momento raro, dije algo que no le gustó, la conversación se enfría. Él se refugia en su teléfono y yo por primera vez en 17 días siento el desamparo de no tener a donde huir. Podría abrir la galería de fotos y retroceder hasta mayo del 2021 (ya lo hice en algún momento de los últimos 16 días), podría escribir a alguien por Whatsapp o incluso fingir que chateo, pero prefiero estar en el momento y registrar esto que me pasa con cada uno de mis sentidos.
Siempre me molestó que alguien abandonde la situación en vivo para mirar Instagram o Twitter, me pasó mil veces, pero esta vez tomo consciencia de lo evidente de todo. Lo veo abrir una puerta mínima en la pantalla de su celular y entrar en una habitación aparte, donde yo no estoy con él, donde no lo incomodo más.
Después que se refresca el ánimo leyendo algún tweet gracioso vuelve a la mesa en la que estamos sentados y yo lo estoy esperando con la mirada fija, para que se de cuenta. Sonrío por reflejo, pero él entiende todo, lo sé. Creo que pidió perdón por mirar el teléfono, ya ni sé. Por lo menos no mintió como la mayoría de la gente para hacerme creer que lo que estaba viendo era algo importante.
Día 18.
Terminó todo mal ayer, y el domingo me agarra inestable. Por primera vez durante este experimento siento la abstinencia. En la cabeza, en la panza, y en el corazón. En realidad lo que siento es la ansiedad de querer aislarme, lo sé, pero saberlo no hace ninguna diferencia.
Sustituyo una droga por otra y entro a scrollear en las apps de citas como si estuviera viendo Reels. Creo que es justamente la dinámica del scrolleo lo que me atrapa. Y lo que me calma. Qué miedo.
No es que tenga demasiadas ganas de empezar a chatear con alguien nuevo, de hecho ahora mismo odio a todos los hombres del mundo y todos me parecen feos o idiotas, o las dos.
Lo bien que me haría quedarme viendo videos de gatitos hasta dormirme. ¿Por qué es que estoy haciendo esto?
Día 19.
Por primera vez rompo deliberadamente mi regla de no abrir links. Una nota de un newsletter que me encanta recomendaba una lista de películas que me interesó mucho, no había ningún dato en el texto, solo un link a una publicacion de Instagram, así que lo pensé tres segundos y luego apreté fuerte y entré.
Revisé un carrusel de 8 posteos y encima pude enterarme de que tengo 9 mensajes esperando en la casilla de DMs. No los abrí, sigue sin interesarme, de hecho me encantaría tener decenas de mensajes sin leer cuando vuelva.
Me entregué porque estoy malhumorada. No puedo evadirme de la realidad scrolleando ad infinitum como antes, entonces estoy más consciente de otras cosas. Como que no me está inspirando en nada el trabajo que hago, o que tenía ganas de que funcionara con el chico de las citas, pero no es tan fácil y me jode un poco.
Tengo menos lugar donde esconderme y las verdades me encuentran más rápido.
Día 20.
Hoy rompo otra regla, la de no ver videos de redes sociales que me manden por Whatsapp. Ya dije que me parecía trampa, lo escribí acá pero ahora no estoy segura de si se lo dije directamente a mis amigos.
Lo peor es que el video es cualquier cosa, ni siquiera vale la pena haber quemado mi fuerza de voluntad para esto. Me siento peor que antes de verlo.
Por primera vez entiendo a mis amigos que cuidan mucho lo que comen y siempre me preguntan si “vale la pena” romper la dieta por el postre. La idea de romper una regla solo por algo que “valga la pena” me descoloca un poco, pero me hace sentido.
Hoy vendí mi entereza por nada, rompí la dieta por un budín reseco. Siento que me ahogo en el vaso de agua de mis banales problemas.
Día 21.
Día de oficina. Interactuar con personas en la vida real me hace bien.
Lo único notable para esta bitácora es que durante el día tuve que detenerme al menos tres veces antes de buscar algo en mi celular. Quise compartir cosas para el trabajo, referencias, un video, un restaurant, ese tipo de cosas. Pero me doy cuenta de que muchas de mis referencias culturales habitan en las redes.
De todas maneras no caigo. Doy una vuelta más larga, comparto la ficha de Google Maps en vez del perfil de Instagram, por ejemplo. Siento que recupero algo de mi entereza. Todo va a estar bien.
Día 22.
Hoy por primera vez hago uso de mi excepción por trabajo. Como parte de mis tareas del día tengo que entrar a Instagram y mirar algunas cuentas de marcas competidoras de un cliente.
Ya me empieza a parecer una joda, como que tiré todo al tacho sólo por estar media hora acá, analizando logos y tratando de entender la propuesta de una marca a partir de lo que publica en su perfil.
Me convenzo a mí misma de que no es “trampa”, es trabajo. Lo hice desde mi perfil profesional, no miré nada que no fuera lo estrictamente necesario. No me desvié a mirar gatitos ni memes bizarros. Hice todo bien.
Además, ¿a quién le estoy justificando esto, diosmio?. Soy mi propia auditora y empiezo a sentir que enloquezco. Me hago la que tiene rigor científico y parece que no tengo ni sentido común.
Comienzo a entender este fluir de pensamientos como el ancho de banda mental que me quedó libre (y al pedo). Por eso la gente solía tener uno o varios hobbies para matar el tiempo.
Día 23.
Ya pasaron más de 3 semanas del experimento pero me perdí el segundo reporte semanal de mi teléfono. Cuando recuerdo esto corro a buscarlo y siento como me rebota el corazón en el estómago. 33 minutos más que la semana anterior.
¿Pero cómo es posible? Si hasta bajé el uso desmedido de Whatsapp de los primeros días. ¿O no?. Se ve que no. Reviso otra estadística abrumadora: desbloqueo mi teléfono cada 8 minutos, en promedio. 8 miserables minutos. No puedo pasar ni 10 minutos sin ver el teléfono.
¿Pero qué estoy viendo? ¿alguien me quiere explicar?
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Encima la observación sobre Whatsapp me hace pensar que esta semana casi ni hablé con mis amigos, así que no sé nada de ellos. No los veo en Instagram y nadie escribe en el grupo. ¿Dónde están?. Voy y les pregunto, les pido fotos, les pido amor. Por suerte me lo dan.
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Anoto en mi lista (no imaginaria) que tengo que empezar a cerrar cosas, llegar a conclusiones, armar un plan para la vuelta. No puedo creer que a Febrero le queda menos de una semana.
¿A dónde se va el tiempo si no es a dónde yo creía que iba? ¿qué estoy haciendo con mis horas? ¿Por qué cada semana esta bitácora tiene más preguntas que respuestas?.